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Galacia era, a mediados del siglo I d. C., una provincia romana situada en la región central de Asia Menor, parte de la actual Turquía. En la Carta a los Gálatas (Gl) se habla de las iglesias de Galacia, sin especificar el nombre de ninguna ciudad. No hay certeza acerca de la situación geográfica exacta de estas comunidades.
Los datos sobre la fundación de estas iglesias son escasos. Pablo dice que él fue quien les predicó el evangelio por primera vez, y que su permanencia allá se debió a una enfermedad (Gl 4.13). Esto coincide con el paso por la región de Frigia y Galacia, mencionado en Hch 16.6, como parte del segundo viaje misionero de Pablo. Según Hch 18.23, Pablo volvió a pasar por esta región en su tercer viaje.
De la carta se desprende que los cristianos eran de origen pagano, no judíos (Gl 4.8). Pablo recuerda a sus lectores la alegría y la buena disposición con que recibieron el evangelio (4.13-15).
Sin embargo, esa situación se vio perturbada por algunos que fueron después a enseñar nuevas doctrinas, tratando de crear al mismo tiempo desconfianza respecto de Pablo.
Las alusiones hechas en la carta indican que estas personas querían obligar a los gálatas a someterse a la ley de Moisés (4.21), y especialmente a aceptar la circuncisión (6.12-13). También los inducían a observar con veneración especial ciertos días o tiempos del calendario (4.10). Probablemente afirmaban que sólo así podrían participar de las bendiciones prometidas por Dios a los descendientes de Abraham (3.14).
Por otra parte, parece que estos maestros advenedizos atacaban la autoridad de Pablo como apóstol y sus motivos al predicar el evangelio (1.10, 12).
Pablo comprendió que lo que estaba en juego no eran simplemente prácticas externas, más o menos indiferentes, sino la esencia del mensaje cristiano: el reconocimiento del valor salvador de la obra de Jesucristo, con la cual quedaba superada una etapa anterior, la de la ley de Moisés. Por eso insiste en que por Cristo se da comienzo al nuevo pueblo de Dios, al que están llamados todos, de cualquier nación y condición que sean.
El apóstol escribe esta carta en medio de gran emoción, no tanto por los ataques a su autoridad, cuanto por el peligro que veía para la verdad del evangelio. Advierte a los gálatas sobre las consecuencias de su actitud y previene posibles malentendidos de su enseñanza sobre la libertad cristiana.
La carta tiene una introducción bastante breve, en la que omite la acostumbrada acción de gracias, para expresar de inmediato su extrañeza por la situación de las comunidades (1.1-10).
La parte central de la carta trata de tres temas principales.
En primer lugar, Pablo defiende la autenticidad del evangelio predicado a los gálatas, insistiendo en que su misión la había recibido de Dios por medio de Jesucristo, y no de los hombres. Y muestra que su misión apostólica fue reconocida por los apóstoles de Jerusalén (1.11-2.21).
En la segunda sección expone detalladamente el tema de la libertad cristiana respecto de la ley (3.1-5.12). Tiene interés especial en mostrar que esto no va contra las promesas hechas por Dios desde tiempos antiguos. Así había procedido con Abraham, antes que existiera la ley. La ley fue una etapa transitoria, de la cual nos liberó Jesucristo.
En la parte tercera (5.13-6.10), explica lo que significa esa libertad cristiana y cómo debe entenderse. Finalmente, hace algunas aplicaciones concretas a la vida del cristiano.
En la Conclusión (6.11-18), Pablo, de su puño y letra, repite algunas de las exhortaciones anteriores.
Muchos de los temas tratados en esta carta se encuentran desarrollados más ampliamente y en un tono más sereno en la Carta a los Romanos, redactada mas tarde.
La Carta a los Gálatas fue escrita probablemente desde Macedonia, entre los años 54 y 57.
Como ciervo sediento en busca de un río, así, Dios mío, te busco a tí (Sal 42)
Deja tus preocupaciones al Señor, y él te mantendrá firme; nunca dejará que caiga el hombre que lo obedece (Sal 55, 23).
Depositen en él todas sus preocupaciones, pues él cuida de ustedes (1 Pe 5, 7)
Cuando Dios entra en acción, sus enemigos se dispersan (Sal 68).
Llámame y te responderé; y te mostraré cosas grandes y secretas que tu ignoras (Jer 33,3).
Me llamará, y yo le responderé, y estaré con él en la desgracia (Sal 91).
Deja que él te instruya, grábate en la mente sus palabras (Job 22, 22).
Yo te instruiré, te enseñaré el camino, te cuidaré, seré tu consejero (Sal 32,8).
El Señor está cerca de los que lo invocan, de los que lo invocan con sinceridad. El cumple los deseos de los que lo honran; cuando le piden ayuda, los oye y los salva (Sal 18-19).
Pidan y recibirán; busquen y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abrirá la puerta (Mt 7, 7).
Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman (Rm 8,28).
Todo lo que Dios ha hecho es bueno; él, a su tiempo, provee a todas las necesidades (Eclo 39, 16).
No hay que preguntar ¿porqué esto? ¿porqué aquello? porque todo tiene un propósito (Eclo 39, 21).
No hagas mal, y el mal no te alcanzará (Eclo 7,1).
Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien (2 Tim 3, 16).
CARTA DE SAN PABLO A LOS GALATAS.mp3